Magdalena Ramos Mejía es nutricionista y hace tres años no podía moverse tras el diagnóstico de dos enfermedades autoinmunes. Hoy tiene una nueva vida gracias a la medicina tradicional y la alternativa.

Por Maria Florencia Quarenta
Un alquimista en el siglo XVII debía purificarse mediante la oración y el ayuno para recién dedicar su tiempo y sus conocimientos a la transmutación de la materia. Primero, se transmutaba el alma; después, los metales. Hoy, existe una alquimista en la Ciudad de Buenos Aires que transforma los alimentos en medicina; la enfermedad, en tiempo.
“Voy a sanarme, tarde o temprano”, se dijo Magdalena Ramos Mejía, una Licenciada en Nutrición que hace tres años no podía ponerse un saco, atarse los cordones ni lavarse el pelo y tomaba 27 medicamentos por día. Le habían diagnosticado dos enfermedades autoinmunes: esclerodermia y polimiositis. En la enfermedad autoinmune, el sistema inmunológico ataca a las células sanas. ¿Qué hacer cuando el propio cuerpo se vuelve un enemigo?
“Todo empezó el 18 de mayo de 2016. Estaba embarazada de 37 semanas. Después de 20 horas de contracciones llegué con mi marido al sanatorio y descubrimos que Violeta, nuestra segunda hija, estaba sin vida”, relata Magdalena en su cuenta de Instagram “The food alchimist” (“alquimista de la comida”, en inglés), donde también comparte recetas lejos del gluten, el azúcar refinada y los lácteos.
En realidad, Male -como la llaman- ya tenía síntomas en el tercer mes de embarazo. Se sentía hinchada, cansada, con dolores en el cuerpo y los brazos dormidos, pero no lo asoció a una enfermedad porque los médicos no veían nada fuera de lo normal. Había empezado meditación y a prepararse para recibir a Violeta.
Energía violeta
“Lo lamento, no tiene latidos”, le dijo la partera a Male, quien recibió esas palabras con una inusitada tranquilidad. “Co-crear es pensar la realidad como si ya existiera, se la visualiza pidiendo asistencia según las creencias de cada uno. Con Violeta co-creaba una beba que trajera amor a mi familia. Entendí la misión de ella y me aferré aún más a la meditación”, expresó la nutricionista.
Según Mario Sánchez, terapeuta holístico y fundador del Centro Amn’Ammara, la llama violeta es una manifestación de sanación que se da a nivel planetario para liberar y sanar el karma o su aprendizaje, para equilibrar las emociones y eliminar la energía negativa.
“Se la invoca con el fin de liberarnos de situaciones dolorosas o de tensión, y limpia toda imperfección humana o de desarmonía. Es un rayo de purificación, de equilibrio y de transmutación”, explica Sánchez.
La meditación tiene gran peso cuando se trata del bienestar personal. Daniel López Rosetti, médico especialista en medicina del estrés, ha realizado numerosas capacitaciones para los profesionales de la salud porque meditar es un proceso “científicamente comprobado con claros beneficios psicológicos y cognitivos” que, además, ayuda a “restablecer la armonía y a regular las emociones”.
En su libro Emoción y sentimientos, López Rosetti no deja dudas: “…así como las emociones positivas nos hacen bien, las negativas, las que nos hacen sufrir, tienen consecuencias hipotecarias en nuestra salud. Emociones y salud van de la mano e influyen en nuestra calidad de vida”.
En ese sentido, la ciencia también relaciona las emociones con las posibles causas de las enfermedades autoinmunes. En el libro Emociones que enferman, el médico psiquiatra e investigador de la Medicina Psicosomática Arturo Agüero afirma que “las enfermedades por autoinmunidad tienen un alto compromiso emocional”.
Male pensó en la llama violeta cuando decidió el nombre de la hija que estaba esperando junto a Max, su marido. Una beba que nunca pudieron tener en los brazos y aún así les cambió la vida.
Cuerpo tomado
Después del parto, la condición de Male empeoró. Los dolores de espalda la despertaban durante la noche. El cuerpo empezó a endurecerse. Los hombros inmovilizados no le permitían vestirse. Las piernas se negaban a doblarse. Los médicos pensaron que era una mezcla de estrés y tristeza por la pérdida de Violeta.
En julio de 2016, la situación no daba para más. De un momento a otro, las manos de Male se tornaron moradas hasta los nudillos, y grises las yemas de los dedos. Era el inicio del fenómeno de Raynaud que dio pie a una serie de médicos, estudios y análisis.
Tres meses después, Male obtuvo una respuesta por parte del reumatólogo Luis José Catoggio del Hospital Italiano: tenía esclerodermia sistémica difusa y polimiositis. Con la primera, hay un exceso de colágeno que endurece el cuerpo; con la segunda, se debilitan los músculos. En ambas, se desconocen las causas.
Corticoide. Nifedipina. Metotrexato. Sulfametoxazol y trimetoprima. Ácido fólico. Los remedios desfilaban y el futuro, fiel a su naturaleza, era cada vez más incierto. Y penoso. En medio de las limitaciones de una esclerodermia que avanzaba a paso firme, los días volaban; el cuerpo, detenido.
“Esta enfermedad no se cura. Podés entrar en remisión por un tiempo y en cualquier momento se podría despertar”, dijo uno de los médicos. Tras conversar con su reumatólogo, Male entendió que su cuerpo era sano, que algo había pasado y que dependía también de ella porque el tratamiento médico no era todo.
Víctima no, portadora
Male cumplió al pie de la letra las indicaciones del lado de la medicina, y por su parte, lo complementó con homeopatía, meditación y otras terapias alternativas. Toda persona que parece estar por perderlo todo, en realidad no tiene nada que perder. Y menos con solo 33 años.
En ese momento, Male reflexionó sobre el concepto de la alimentación como medicina, tal como defendiera Hipócrates. Hacía nueve años que era Licenciada en Nutrición y empezó a investigar sobre la incidencia de los alimentos en las enfermedades autoinmunes.
“Mi primer objetivo fue sanar mi intestino. Sabía que iba a ser una tarea larga y compleja por estar tomando tantos remedios. Me propuse que todo lo que comiera tuviera una función específica en mi proceso de sanación. Sino, no lo comía”, relata Male en su testimonio.
De un día para el otro empezó a comer sin gluten, sin lácteos y sin azúcar refinada. El cambio fue radical. Paulatinamente, los síntomas cedían y los resultados de los estudios mejoraban cada vez. En mayo de 2017, siete meses después del diagnóstico, Male entraba en remisión. La enfermedad dormía, y ese descanso ayudó a reducir la cantidad de remedios que tomaba.
Tras leer diferentes estudios que indicaban que el gluten contribuye a la aparición de enfermedades autoinmunes e incluso dificulta el proceso de sanación, Male sacó esa proteína de sus comidas. Lo mismo hizo con los lácteos porque le producían inflamación, y el azúcar porque nutre a las bacterias no benéficas del intestino, según la nutricionista, quien decidió encarar su propia investigación.
¿Es para todos?
El plan de alimentación de Male incluye recetas que reemplazan el gluten -la proteína presente en el trigo, la avena, la cebada y el centeno- por otras alternativas como la harina de almendras, la de arroz o la de garbanzos. También explica cómo endulzar sin azúcar refinada y cómo sustituir los lácteos por alimentos que también aportan calcio.
“Una alimentación sin azúcar refinada es más sano para la salud porque su consumo causa adicción, exceso, obesidad y eso lleva a otras enfermedades como diabetes o colesterol”, explica la nutricionista Alejandra Rainuchi. Y agrega: “Siempre es beneficioso comer sin gluten porque mejora el funcionamiento intestinal. Además, la comida es más natural, menos procesada”.
Por otro lado, Romina Pereiro, Licenciada en Nutrición, considera que, si bien no es contraproducente una dieta sin gluten en personas sanas, tampoco es indispensable. “Si la persona no es celíaca, se le complica la dieta sin necesidad porque requiere más cuidados y es más mucho cara”, señala.
No soy un milagrito
En julio de 2017, el reumatólogo de Male aseguró que nunca había visto una recuperación tan buena y tan rápida en un paciente con tales características. “Cuando me vio, el médico me dijo que yo era un milagrito caminando por ahí. Pero no fue de milagro, trabajé mucho para sanarme”, destacó la nutricionista en una entrevista.
“Sanar requiere mucho de uno, pero se puede. Los medicamentos los empecé a dejar con consentimiento de los médicos, siempre. En octubre dejé el último, a dos años del diagnóstico”, agregó Male.
La idea detrás de “The food alchimist” es transformar el alimento en oro para el cuerpo. Male aseguró haber sido una persona estructurada, poco flexible, controladora. No es difícil imaginarse un cuerpo que se va moviendo en cámara lenta hasta llegar a la inmovilidad absoluta. Un cuerpo sobrecargado con estrés, con angustia, con decisiones apresuradas cuando se requiere reflexión. Con decisiones aplazadas cuando se necesita iniciativa.
En el caso de Male, meditar y alimentarse sanamente contribuyó a pausar la enfermedad. Su testimonio deja en claro que el cambio que hizo la ayudó a conectarse con su cuerpo, a ser consciente de él y de lo que le hace bien. “Cuando te convencés de corazón y de mente sobre algo, todo funciona mejor”, opinó en una entrevista.
Situaciones como la de Male comprueban la conexión que existe entre las emociones y la salud. Parafraseando a López Rosetti, todo lo que hace sufrir es estresante, y el estrés tiene síntomas que pueden terminar en enfermedades. Por eso, regular las emociones es clave, y la meditación es un factor determinante. Tanto como el esfuerzo personal para sanar.
Ese esfuerzo que nos restaura la salud. Que nos vuelve alquimistas del tiempo. Uno de los bienes más preciados y efímeros, el tiempo, que no suele aprovecharse. Aunque Séneca nos contradiga un poco al decir que el problema no es que la vida sea corta, sino que la malgastamos. Una vida que sigue sucediendo mientras estamos ocupados haciendo otros planes, como observaría John Lennon casi dos mil años después.