Luis Benítez: “Hay hombres mediocres que ocupan espacios en detrimento de mujeres geniales”

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Foto: Florencia Evia

Por Maria Florencia Quarenta

Gran viajero, admirador de Jorge Luis Borges y Dylan Thomas, entusiasta del movimiento feminista y dispuesto a escribir un libro en lenguaje inclusivo. Una forma breve de definir la figura mucho más compleja de Luis Benítez, un poeta, narrador y ensayista nacido en Buenos Aires en 1956.
Publicó su primer libro Poemas de la Tierra y la Memoria en la Argentina y continuó sus actividades en Estados Unidos, donde vivió entre 1992 y 1993. “Me instalé en Manhattan y aparecí en varias revistas con relativo éxito. Volví a Buenos Aires para no dejarla más”, recuerda mientras revuelve el hielo del whisky que pidió en “Los 36 billares”, clásico de la avenida de Mayo.
Dentro o fuera de Argentina, Benítez nunca dejó de escribir. Entre sus libros más importantes se encuentran Mitologías/La balada de la mujer perdida, La tarde del elefante y otros poemas, Las ciudades de las furias, Manhattan song y su último poemario, La tierra permanece, una referencia directa a un pasaje del Antiguo Testamento, lo que resulta interesante en alguien que se describe como ateo.

-Ante tantas mudanzas, ¿era difícil empezar de cero en las escuelas nuevas?
-No sé si es una cualidad o un defecto, pero soy sumamente adaptable a lo bueno y a lo malo. En el caso de las mudanzas, creo que es algo positivo. Conocés otra gente, aprendés otras formas de vivir y de ver las cosas. Inclusive cuando vivía en Manhattan tenía la sensación de que siempre había vivido ahí. No extrañaba el Obelisco ni el dulce de leche. Esos cambios eran una suerte de estímulo.

-¿Quién fue la primera persona que te acercó un libro?
-El primer libro me lo dio mi papá y fue El príncipe valiente contra Atila, del escritor canadiense Harold Foster, quien hacía unas ilustraciones preciosas para sus propias obras. Eran aventuras en la Baja Edad Media que leí los cinco años.

-¿Hay un autor que haya sido trascendente para tu vida?
-El británico Dylan Thomas, sin lugar a dudas. Leí su obra poética en 1975 y me influyó mucho. Otro fue Jorge Luis Borges, a quien conocí en 1982. Estaba por publicar mi segundo libro, Mitologías/La Balada de la Mujer Perdida. Un día voy al tercer piso de la Sociedad Argentina de Escritores, iba seguido porque tenía amigos, y lo veo a Borges en el bar. Me presenté y le dije que había publicado mi primer libro, Poemas de la Tierra y la Memoria. Me invitó a sentarme, le leí un poema y me dijo: “A usted le gusta mucho Dylan Thomas. Le recomiendo otro gran autor, Walt Whitman”. Le respondí que quise acercarme a ese poeta pero como que no me dejaba entrar. Y me contestó algo que nunca olvidé: “No se haga problema, Benítez, los libros siempre nos esperan”. En ese momento aparece Alicia Jurado, que era una especie de cancerbero de Borges, y le dijo que no pierda más tiempo porque en el cuarto piso había periodistas suecos que lo tenían que entrevistar. Él reaccionó de una forma imposible de encontrar hoy en un autor de ese nivel: pidió que lo esperen porque estaba hablando con un joven poeta.

-¿La anécdota con Borges fue el origen de tu ensayo Borges, la tiniebla y la gloria?
-El origen del libro fue más pedestre. En 2005, Ediciones LEA estaba haciendo una colección de divulgación y me preguntan sobre quién me gustaría escribir. Y respondí: “sobre Borges”; así de simple (se ríe). Pero sí, es un escritor que admiro mucho. Es verdad que hay escritores tan influyentes que son como una suerte de tapón, tienen tal densidad que absorben todo y no dejan pasar a nuevas influencias, lo que no significa que esas influencias no hayan sido superiores.

-Publicaste tu primer libro, Poemas de la tierra y la memoria, en 1980. ¿Habías escrito algo antes?
-Empecé a escribir cuentos cuando tenía 12 o 13 años. Eran unos cuentos espantosos que no conservé. El primer aliciente fue haber ganado un concurso escolar. Escribí un cuento llamado La rata verde y un amigo lo ilustró. Publiqué recién en 1980 aunque el libro tendría que haber salido en 1979. Se retrasó por un imprentero que tardó nueve meses en terminarlo. También tuve que esperar para juntar la plata para poder hacer los 500 ejemplares. Como la mayoría de los autores, los primeros libros los pagué yo.

-En la época de Poemas de la tierra y la memoria aún continuaba la última dictadura cívico-militar. ¿Cómo pasaste esos años?
-Eran años muy oscuros. Cumplí veinte años en 1976, y ser joven en esa época era muy peligroso. En poesía, pese a ese cuadro político, era una etapa muy rica. La generación del 80 era algo muy diverso. Había influencias de las ciencias naturales, de la historia, de la cultura oriental; todo muy amplio. Y además había una tendencia a despojarse de poetas tan determinantes como Carlos Vallejos, Pablo Neruda y Juan Gelman. A través de la cultura lográbamos contrarrestar un poco el horror que nos rodeaba.

-Mencionaste a Gelman, un poeta con una conocida trayectoria en la militancia política. ¿Creés que la literatura debe ser militante?
-Todo poema es político porque toda obra, expresión y pensamiento lo es. La política es la relación con el otro. En letras es más complicado porque para el militante político, una expresión artística es una forma de propaganda. Para los autores, no. Ese asunto de entender la letra como un instrumento útil viene de la época del filósofo Jean Paul Sartre, cuando planteaba el compromiso del autor con la época. Entiendo ese discurso de parte de un militante político, pero es inadmisible para alguien que es autor y no puede estar subordinado para escribir. El interés de la poesía es ella misma.

-Otro modo de combatir la desigualdad proviene del movimiento feminista y de la literatura que genera. ¿Cómo ves el lugar que van ocupando las mujeres en ese ámbito?
-Me llena de alegría que por fin se empiece a producir algo para saldar esa vieja deuda con la mujer. Hemos tenido autoras de una relevancia extraordinaria -desde Juana Manso hasta Alejandra Pizarnik- pero eran mujeres y no se les podía dar el mismo lugar que al varón. El mismo lenguaje destaca lo masculino, es algo que inventamos los hombres para acrecentar aún más nuestro poder. Hay hombres mediocres que ocupan espacios en detrimento de mujeres geniales. Es muy saludable que eso esté cambiando en el mundo.

-Recién hablaste de la masculinidad del lenguaje, ¿escribirías un libro usando el lenguaje inclusivo?
-Sí, desde luego. El lenguaje no es algo estático, sino todavía estaríamos hablando en el latín corrupto del siglo X. Hablamos en español gracias a toda una evolución. Nuestro idioma le debe mucho a esa capacidad de asimilación que tiene y que no se da en otras lenguas más conservadoras como el francés. Es inevitable, cuando vas en contra de la historia, perdés. Y eso es lo que va a suceder. El lenguaje se va a ir transformando y está muy bien porque refleja una realidad, aunque no le guste a Arturo Pérez-Reverte.

-¿Tenés una rutina para escribir?
-Mi ritual es absoluto silencio, el celular desconectado, whisky escocés, café negro y cigarrillos rubios. No puedo escribir en bares ni en una plaza; en ninguna parte que no sea mi casa. Soy de gabinete.

-Hablando de ritual, ¿practicás alguna religión?
-Soy ateo. De todos modos, Dios es una de las ideas más interesantes que ha tenido el hombre. Es una idea deseable porque sería maravilloso que alguien nos haya ordenado el universo y además, que haya inventado un final feliz. Hay una serie de pautas que si se cumplen, obtenés la felicidad eterna. Uno como ateo siente envidia del creyente porque toda la responsabilidad es de uno.

-Incursionaste en varios géneros literarios, desde la poesía hasta el ensayo. ¿En cuál te sentís más cómodo?
-Me siento cómodo en todos los géneros que abordo porque es la única forma que tengo de poder transcurrir por ellos. Hay ideas que son para un poema, otras exigen el formato amplio de una novela, y el resto son para ensayo.

-Una de esas ideas resultó en la colección de cuentos Las ciudades de las furias, que analiza distintos tipos de violencia. ¿Cómo fue el proceso para hacer el libro? ¿Contiene alguna “furia” autobiográfica?
-No hubo nada autobiográfico, al menos no en una forma directa que pueda reconocer. El origen del libro es algo curioso. Me llaman de una editorial para publicar un libro de cuentos. Pedí unos meses para organizarme. Lo armé de una forma diferente porque me puse a reunir una veintena de textos, algunos de índole histórica, otros de actualidad. El título original iba a ser “Historias de oriente y occidente”. El editor, en cambio, me sugirió publicar un grupo de escritos que tenían un nexo común con respecto a lo urbano. Y tenía razón. Pensé en lo que caracteriza a la urbe y eso era la violencia, la furia, y el título terminó siendo “Las ciudades de la furia”.

-Una furia que se ve a diario en las noticias. ¿Te mantenés informado?
-Todo el tiempo, leo mucho los diarios. Después me paso a Netflix. La realidad es tan tremenda que no podés pasarte del límite porque el infarto está siempre a mano. Paso a la ficción y respiro un poco hasta la próxima andanada de realidad.

-¿Cómo ves la política de hoy?
-Es un espanto. De todos modos, la política es una necesidad. Sin ella no se puede vivir en una sociedad organizada. Sin información política no se tiene la responsabilidad necesaria para elegir a los gobernantes. Es un deber del ciudadano estar informado. En relación a los políticos, Shakespeare decía “poco hay para elegir entre manzanas podridas”. El tema es elegir la que tenga menos gusanos, y eso cambia con las épocas. Hay que tratar de encontrar aquel que se aproxime más al logro del bien común.

– Volviendo a tu trabajo, allí se destaca un elemento poético en el lenguaje para describir el lado violento del ser humano. ¿Es algo que buscás?
-Es algo que surge solo. A veces hay una trama violenta pero eso no quita que se pueda escribir sobre ello con estética, con belleza. La combinación es bastante interesante. En letras, el contenido y la forma deben encastrar perfectamente.

-¿Qué repercusión tuvo la tecnología en tu rutina de escritura?
-Antes usabas la máquina de escribir, tenías que hacer las copias con carbónicos y después había que esperar varios meses mientras los ejemplares iban y venían para su publicación. Ahora todo es más ágil. Se usa el correo electrónico y grandes cantidades de información se pueden guardar en algo tan chiquito como un pendrive. La tecnología no es buena ni mala, es como la electricidad que sirve para iluminar o para electrocutar. Todo depende del uso que le demos.

-Hay un poco de ese mal uso de la tecnología por parte del hombre en tu último libro, La tierra permanece, que refleja la explotación humana en la naturaleza. ¿Cómo se concretó el proyecto?
-Buena Vista Editores de Córdoba se comunica conmigo para publicarme. Reuní algunos poemas que ya había publicado y otros inéditos que tenían un nexo común. Trataban sobre la tierra, los animales, la destrucción que la humanidad crea; todos temas ecológicos que me interesan mucho. Empecé a experimentar y a ordenarlos para el lector. Para el título, me acordé de un fragmento bíblico que decía “la tierra permanece”. Como buen ateo empecé a rezar y me aceptaron el libro.

-¿Cuál es el arquetipo de tu lector?
-No tengo, soy muy respetuoso del otro. Cuanto más diferente a mí mejor, porque la devolución enriquece enormemente. El objetivo es el lector, es quien mueve toda la maquinaria.

-¿Qué consejo le darías a los escritores que recién empiezan?
-Que escriban lo que se les dé la gana, que busquen por todos los medios la posibilidad de publicarlo y que no se amilanen nunca con todos los rechazos que van a tener, que serán más que las aceptaciones.

-¿Qué escritores estás leyendo?
-Estoy releyendo la obra poética de Emily Dickinson, una autora extraordinaria que casi nunca salía de su jardín. También leo a un poeta argentino que me gusta mucho, Esteban Moore. Uno de los autores más originales de la generación del ’80.

-Viajaste mucho. ¿Hay algún lugar inolvidable al que te gustaría volver?
-Tengo varios. Volvería a Nueva York, a París y a la isla de Creta, cuya capital, Heraclión, es un lugar maravilloso donde está el Palacio de Minos con sus 4.500 años de antigüedad. Salís a la ruta y de un lado tenés un bosque de pinos, un montón de tiendas donde venden souvenirs, y del otro lado, el palacio. La elegiría como mi último lugar. Morir en Creta.

-¿Estás trabajando en algún proyecto?
-Empecé una novela histórica que transcurre en Belgrano, en el año 1903. Tengo unas ochenta páginas por ahora. Me cuesta la presentación de los personajes. Una vez que logro, todo fluye. Es como estar viéndolos, espiándolos por una ventana o como cuando ves una película. No estoy escribiendo yo, anoto lo que ellos hacen. Cuando empiezan a crecer, terminan siendo más reales que mi vecino. No te sentís solo mientras escribís una novela, estás rodeado de gente todo el tiempo.