En tiempos de crisis, las iglesias evangélicas son otro motor de asistencia social donde el Estado permanece ausente.

Predican la palabra de Dios. Levantan personas para plantar nuevas iglesias. Fortalecen la comunión a través el Espíritu Santo. Estas son las ideas que forman parte de las misiones de cuatro iglesias evangélicas que las llevan a la práctica dedicando tiempo y recursos a quienes más lo necesitan. A quienes el Estado no ve o prefiere no ver.
Son muchas las iglesias que tienen programas y fundaciones para la ayuda social. Por ejemplo, Jesús Rey de Gloria, de la ciudad balnearia de Villa Gesell. Tiene una Red de Incidencia Social que ayuda a personas mediante la entrega de ropa, alimentos y de un grupo de consejería y orientación para adictos y sus familiares. O la Fundación de Rey de Reyes en la Ciudad de Buenos Aires, que asiste a sectores carenciados a través del programa Operación Vida en áreas de salud y reinserción laboral.
La Catedral de la Fe es una iglesia que nació en 1984 y hoy la visitan más de 25.000 personas por semana. Florencia Maisonnave concurre desde hace 19 años a la sede de Parque Chacabuco y hoy es una de sus “líderes”, como se los conoce a los coordinadores que trabajan con los pastores.
“A través de la fundación ‘Cambia tu Mundo’, un grupo de voluntarios viajan a distintas provincias del país para brindar ayuda solidaria. Se hace una vez al año y se lleva ropa, alimentos, útiles escolares, juguetes y medicamentos”, señaló Maisonnave, quien también destacó las actividades que hacen todas las semanas por los barrios de Flores y Caballito, donde se entregan alimentos a personas que están en la calle.
“Una revolución con Dios” es el lema de la Iglesia Amor Sin Límites, un proyecto ideado por Rodolfo y Ana Raquel Miró, un matrimonio de Curitiba, al sur de Brasil. Después de trabajar durante más de 15 años en distintas iglesias, la pareja se mudó a Buenos Aires en 2012, donde fueron ordenados pastores y fundaron su iglesia que tiene su culto semanal sobre la calle Reconquista, en pleno microcentro.

“Visitamos hospitales públicos para entregar útiles de higiene personal a los pacientes. Y en invierno, repartimos sopas para las personas en situación de calle”, señaló Ana Raquel. Y agregó: “Además, concurrimos a las villas de la ciudad para donar ropa y visitamos hogares de niños para entregar alimentos no perecederos”.
La ayuda social que realiza la Iglesia Amor Sin Límites se complementa con la voz del evangelio que los voluntarios llevan a quienes más lo necesitan. “Transmitimos nuestro mensaje a través del teatro, actividades recreativas y testimonios”, destacó.
Algo similar sucede en la Iglesia Adventista de la Promesa de la localidad bonaerense de Temperley. “Juntamos ropa, alimentos y se los entregamos a las familias que lo necesitan. Además, visitamos hospitales para llevar juguetes y golosinas a los chicos internados y también charlar con los más adultos”, explicó Natalia Araujo, maestra de niños y líder de adolescentes en la congregación.
Según Araujo, quien hace tres años que pertenece a la iglesia, el grupo de trabajo también sale a repartir café para las personas que viven en la calle. Y agrega: “Nos queda pendiente ir a la cárcel de Ezeiza; falta que pongan fecha y vamos”.
La Iglesia Cristiana Evangélica Betesda de Parque Avellaneda también aporta su grano de arena. “Entregamos bolsas de alimentos para familias de la iglesia y que tienen bajos recursos económicos. Y por fuera de ella, recorremos unas treinta cuadras costeando el puente de la Autopista 6. Allí viven familias enteras, personas solas y grupos de jóvenes con problemas de adicciones”, explicó Alejandra González, coordinadora del trabajo social que se hace en la congregación.
Según González, en el circuito que recorren también se encuentran con Carlitos. “Hace 15 años vive en la calle. Lo conocimos dos años atrás y recién ahora se empezó a abrir con nosotros y a hablarnos. Él se separó, perdió contacto con su familia, no consiguió trabajo y, con 71 años, hoy la calle es su hogar. Hoy ya no quiere moverse de ahí”, destacó.
El programa de Betesda se llama “Mi techo es el cielo”, un nombre más que descriptivo. “El único techo que ellos tienen es el cielo”, explica González, conmovida. “Antes entregábamos cuarenta viandas, pero la crisis económica nos hizo bajar a treinta. Si cubriéramos unas cuadras más, necesitaríamos hasta 100 viandas, pero todo sale de nuestro bolsillo y se hace difícil”, añadió.
González señala la importancia de formar un vínculo con quienes no tienen más que el cielo como techo. Además de dejarles alimentos y ropa, les dedican tiempo. “Nos quedamos charlando y oramos por ellos”, señaló.
“Tenemos la bendición de poder ver al otro desde un lugar diferente, sin quedarnos en nosotros mismos. No podemos ayudar a todo el mundo, pero lo importante es dar el primer paso ayudando a uno. Y Dios nos permite hacerlo con estas viandas”, concluyó González.