Tras los pasos del explorador Carlos Ameghino, hermano y colaborador de Florentino, “el loco de los huesos”.
En septiembre de 1887 terminaba el primer viaje a la Patagonia del paleontólogo y explorador Carlos Ameghino, hermano menor de Florentino, cuya labor le ganó un lugar en la historia argentina y hasta en la Luna. Sí, el cráter Ameghino, de unos 9 km de diámetro y al norte del Mare Fecunditatis. Para Carlos, la otra mitad de esa sociedad de científicos lujanenses, no fue tan así. La fama se le hizo esquiva a este viajante, partícipe de la Guerra de los Huesos versión local y que solo se casó cuando la muerte le dio permiso.
Antonio Ameghino y María Dina Armanino, él con 24 años y ella con 20, se casaron el 2 de octubre de 1852 en Moneglia, una localidad de la provincia italiana de Génova que por esos años tenía unos 1.800 habitantes y hoy casi 3.000. Llegaron al puerto de Buenos Aires a bordo del bergantín “Liguria” el 8 de febrero de 1854, al año siguiente de que se aprobara la Constitución y un mes antes de que asumiera Justo José de Urquiza como primer presidente de la Confederación Argentina. Allí los esperaba Francisco Ameghino, hermano menor de Antonio que había llegado al país cuatro años antes.
El matrimonio se reubicó en la ciudad de Luján que ya tenía antecedentes en el campo de la paleontología por el trabajo del médico y científico Francisco Javier Muñiz, quien había encontrado restos fósiles en las barrancas del río lujanense. Allí nacieron sus cinco hijos: Florentino, Antonio Luis, Juan Ángel, Carlos Ciriaco y María Luisa, en la vivienda de la calle Las Heras al 400. “La infancia y juventud de los hermanos transcurrió en un ámbito humilde. Antonio era zapatero y Dina, ama de casa. Ambos infundieron en sus hijos valores como la honradez, la educación y amor al trabajo”, señala Edgardo Ludueña, escritor y encargado del Museo Florentino Ameghino de Luján. La pobreza sería la enfermedad crónica de la familia.
Carlos, nacido el 18 de Junio de 1865, cursó sus estudios en Luján hasta 1876. Durante esos años, acompañó a sus hermanos mayores Florentino y Juan -quien luego se dedicaría a la botánica- en las excursiones que hacían a lo largo del río. Con once años de diferencia, el menor de los Ameghino sería el único discípulo del reconocido naturalista, quien a los 14 ya había leído las obras de otros dos Charles: Darwin y Lyell, algo que le valió el sobrenombre de “el loco de los huesos”. Un mote hasta profético. “La vida de esa familia se centró en la locura del hermano mayor. Que esa locura haya producido una obra científica muy interesante es otra cosa”, opina Irina Podgorny, antropóloga, investigadora del CONICET e integrante del Archivo Histórico del Museo de La Plata.
La Guerra de los Huesos
Las últimas tres décadas del siglo XIX fueron un periodo de intensa -y hasta inescrupulosa- competitividad entre los científicos del mundo. El punto de quiebre se dio en Estados Unidos durante lo que se conoció como la Edad Dorada, nombrada así por un libro de Mark Twain de 1873. Había una rivalidad sin cuartel entre los paleontólogos Edward Drinker Cope, de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia y Othniel Charles Marsh, del Museo de Historia Nacional Peabody de la Universidad de Yale. Ambos competían usando métodos de variada índole: sobornos, robo o destrucción de fósiles. Los intentos de arruinar la reputación del otro y obtener la primicia estaban a la orden del día.
En Argentina pasaba algo similar. Florentino Ameghino -en ese entonces, director de una escuela en Mercedes- había ganado reconocimiento en el mundo. Sus publicaciones habían llamado la atención del viejo continente y con 24 años viajó a París a exhibir su colección. Cuando volvió al país, no tenía trabajo y abrió la librería “El Glyptodon” en Buenos Aires para financiar sus investigaciones.
En julio de 1886, Florentino asume como subdirector del Museo de La Plata, a pedido de su fundador y director, Francisco Pascasio Moreno. Y allí va Carlos. “Consigue que nombren a al hermano menor como ayudante preparador de paleontología, que no es un cargo de gran relevancia”, observa Mariano Bonomo, antropólogo y sub-jefe de la división de arqueología del Museo de La Plata.
La alianza entre los hermanos Ameghino y Moreno solo duró dos años. “A comienzos de 1888, Florentino publicó en los medios de la época una carta de renuncia. Acusó a Moreno de ‘director dominado por sentimientos de superflua ostentación y alucinaciones de grandeza’. Además de una feroz lucha de egos y personalidades, Moreno se negaba a costear los trabajos científicos de los lujanenses en Anales del Museo de La Plata y otras publicaciones», detalla Ludueña.
Moreno exoneró a Florentino de su puesto y le prohibió la entrada al museo. La censura recién se levantó en 1904. En el prólogo de su libro Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina, publicado en 1889, el paleontólogo le tira algunas municiones a su expatrón, quien le había negado el acceso a los materiales que había reunido “en el Museo de que por desgracia para la ciencia es él Director” y por eso no pudo incluir sus ilustraciones.
Carlos pasó por lo suyo entre 1912 y 1913, mientras hacía las labores de campo en Miramar, ciudad de la costa bonaerense que se había vuelto un punto de interés a partir de los descubrimientos arqueológicos de Florentino, fallecido en 1911. «Había un cuidador del área que ponía piezas originales en terrenos ambiguos y llamaba a Carlos para que los descubriera”, cuenta Bonomo, quien investigó el fraude en su trabajo “El hombre fósil de Miramar”.
El colaborador abnegado
Mientras los hermanos Ameghino aún trabajaban en el Museo de La Plata, Carlos, con solo 22 años, quien también había sido nombrado naturalista viajero, partió hacia la Patagonia. Desde enero hasta septiembre de 1887, Carlos recorrió el río Santa Cruz y llegó hasta el lago Argentino, donde obtuvo importantes descubrimientos.
“Florentino sostenía que la región austral no solo debía ser la cuna de los mamíferos, sino también de la humanidad. Con esa creencia, sugirió a su hermano que emprendiese cuanto antes ese primer viaje desde el 25 de enero de 1887 hasta el mes de septiembre”, explica Ludueña.
Los especialistas señalan que es un error pensar en el aporte científico de los hermanos sin verlos como los resultados de una sociedad. “Es importante despersonalizar la obra científica. Es una red de intercambios y de interacción. En ese contexto, Carlos aporta sus observaciones geológicas en la Patagonia y el descubrimiento de géneros nuevos y de pequeñas dimensiones, teniendo en cuenta los grandes mamíferos de la Pampa”, apunta Podgorny.
Entre 1887 y 1897, Carlos Ameghino viajó seis veces a la Patagonia. Mientras Carlos trabajaba en el campo, Florentino recibía el material y elaboraba sus teorías en la reconfortante soledad de su gabinete. De acuerdo a una biografía del Museo Argentino de Ciencias Naturales «Bernardino Rivadavia», el científico también recolectó información sobre las lenguas de los pampas, tehuelches y araucanos. Y hasta armó un herbario con nuevas especies y una muestra importante de paleobotánica.
Fuera del ámbito científico, es común hablar de la obra de uno sin tener en cuenta la labor del otro. Para Viviana Buide, directora del Museo Municipal de Ciencias Naturales Carlos Ameghino de la ciudad de Mercedes, el trabajo de Florentino eclipsó al de su hermano, “ya sea por egos personales y familiares o por circunstancias propias de la época”.
Se podría pensar que tal diferencia de protagonismo causaría fricción entre los hermanos, pero según Bonomo, no sería el caso. Podgorny coincide: “Tanto Carlos como Juan están totalmente subordinados al hermano mayor, la autoridad de la familia. De hecho, el primero nunca cobró un sueldo mientras trabajó para Florentino, solo cuando trabajó en los lugares que éste le conseguía”. Y agrega: “Tensiones no hubo, sí admiracion y subordinación total. Carlos no era un empleado más, era su hermano menor”.
La abnegación de Carlos era total. A tal punto que postergó su felicidad tras la prohibición de Florentino para que no se casara, así se dedicaba exclusivamente a las investigaciones. Para Buide, la versión es correcta. Recién en 1923 el menor de los Ameghino se casó con su prima hermana Ascención María Catalina Merello, con quien se escribía desde 1906. «Ese hecho demuestra cuán cerrada era la familia”, remarca Podgorny.
Según la investigadora, la vida de todos gira en torno a las investigaciones de Florentino. “Había obsesiones, competencias y fantasmas que a veces solo existían en su cabeza”, opina. Y concluye: “Carlos tuvo una vida bastante dura, trabajando por una empresa que los trasciende y en competencia con un destino que ellos veían como adverso, el destino que todo argentino siente que se le viene encima”.