Los primeros “ismos” de la Argentina moderna

La llegada al poder de dos figuras controversiales, Julio Argentino Roca e Hipólito Yrigoyen; corrupción, revueltas y una nueva clase social.

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Julio Argentino Roca e Hipólito Yrigoyen, personalismo y revolución.

Peronismo, kirchnerismo, macrismo. La persona como partido político. Todo líder termina teniendo su propio “ismo”, lo busque o no. Cuando se habla de los inicios de la Argentina moderna, Julio Argentino Roca comenzó una tradición que se consolidó con las presidencias de Hipólito Yrigoyen. Ambos políticos marcaron su época y el resto de la historia nacional, y cómo llegaron al poder es solo una muestra de sus personalidades.


En el caso de Roca, sus aspiraciones políticas se remontan a 1874, cuando fue ascendido a general y designado comandante de fronteras tras una serie de victorias al combatir a los indios en la Patagonia. La muerte de Adolfo Alsina, el Ministro de Guerra del presidente Nicolás Avellaneda, le permitió ocupar ese puesto y organizar otra expedición en el sur. La Campaña del Desierto fue un éxito: entre 1876 y 1903 se repartieron casi 42.000.000 hectáreas.


Hasta el día de hoy, la Campaña del Desierto despierta sentimientos muy dispares entre los historiadores. Para el periodista y escritor Ceferino Reato, Roca fue “el mejor presidente de la historia”, un “personaje estigmatizado” que liberó tierras para atraer inmigrantes y trabajo. Por otro lado, para el historiador Osvaldo Bayer, la expedición fue un “genocidio indígena” y es justamente esa falta de moral la que debiera dejarlo fuera del panteón de los héroes nacionales.


Según Carlos Tur en su trabajo “Roca: el régimen de Argentina”, tras la expedición contra los indios, “el conquistador del desierto” se ganó el apoyo del ejército y de importantes estancieros, volviéndose la figura más importante del Partido Autonomista Nacional (PAN). Así, su próxima conquista sería la presidencia. Su cuñado, el gobernador cordobés Miguel Juárez Celman propuso la candidatura, la que fue aceptada con rapidez, acompañada por Francisco Bernabé Madero como vicepresidente.


La fórmula para suceder la presidencia de Avellaneda encontró resistencia en Buenos Aires: el gobernador Carlos Tejedor. En junio de 1880, el aún presidente se enfrentó al localismo porteño con el apoyo de sectores afines al exmandatario Bartolomé Mitre y Roca. Con un ejército de 40.000 hombres pusieron fin al levantamiento que dejó un saldo de 3.000 muertos. En septiembre de ese año, el Congreso sancionó la Ley de Federalización de Buenos Aires; 22 días después, la era roquista comenzaría oficialmente con la asunción presidencial.


Roca empezó su gobierno bajo el lema “Paz y Administración” y, para Tur, demostró rápidamente que su política respondería a desarrollar los intereses de la oligarquía y el imperialismo inglés. Aunque no tenía oposición, el mandatario se aseguró la nueva estructura de poder con un ejército reforzado. Todo pasaba por sus manos; el federalismo apenas existía. Así, los intereses de la oligarquía porteña y algunas provinciales estaban resguardados, mientras que la población criolla rural estaba subordinada al paternalismo de sus patrones.


Tras más de 40 años, la dinastía del PAN vio su fin en 1916. Uno de los protagonistas que lo hizo posible fue la nueva clase media que desde 1890 se venía alzando contra el régimen a través de la formación de la Unión Cívica primero y de la Unión Cívica Radical (UCR) después con Leandro Alem a la cabeza, cuando Mitre se separa de aquella por sus acuerdos con Roca.


Varios fueron los intentos de sacar el poder de manos del PAN. La lucha armada que durante 1891 y 1896 proclamó Alem desde la UCR contó con la participación de su sobrino, Hipólito Yrigoyen, quien se destacó en los levantamientos de 1893, triunfando en Buenos Aires. No obstante, el éxito duró poco por las diferencias dentro del partido radical, lo que le dio tiempo al gobierno para contener la sublevación.


Yrigoyen debería esperar hasta 1903 para ver a la UCR reorganizada en todo el país, ya sin Alem, quien se había suicidado en 1896 tras la seguidilla de derrotas y la división en el partido que había fundado. Para 1905, el radical ya estaba preparando una nueva revolución, esta vez bajo la presidencia de Manuel Quintana.


El levantamiento cívico-militar tuvo como escenario las principales ciudades del país. Según la escritora Marta Cavilliotti en su trabajo “Yrigoyen: la causa contra el régimen en la Argentina”, más que una revolución para tomar el poder, fue una “campaña de difusión y propaganda”. A pesar de que el régimen contuvo el alzamiento, lejos estaba de ser un fracaso ya que consagró a Yrigoyen como dirigente del partido a nivel nacional. Como abanderado de la “causa regeneradora”.


El régimen se veía acorralado por una gran agitación social. La clase obrera intranquilizaba a la oligarquía que además se sentía perseguida por el fantasma de otra inminente revolución radical. Bajo ese clima, Roque Sáenz Peña llegó a la presidencia en 1910 y dos años después acordó con Yrigoyen la aprobación del voto secreto y obligatorio para los varones, dejando atrás el fraude electoral y clientelismo.


El 2 de abril de 1916 se votó en secreto por primera vez en Argentina. La fórmula Hipólito Yrigoyen-Pelagio Luna le ganó con comodidad a la del Partido Conservador. Para Cavilliotti, con la llegada de la UCR al gobierno se inició la participación en el poder de los sectores medios, aquellos excluidos por no tener recursos económicos ni conexiones con la élite imperante.


Con vestigios roquistas, Yrigoyen fue más allá e impuso un estilo de gobierno personalista y directo, lo que representaba muy poca autonomía para los ministros. Ese estilo le fue ganando opositores que para 1924 se conocerían como antipersonalistas, un sector que se desprendería de la UCR para formar su propio partido.


Aunque el gobierno radical había llevado a la clase media a la escena política, la oligarquía siguió presente. Y cuando tuvo que reprimir los reclamos de un proletariado cada vez más combativo, lo hizo con dureza, tal como sucedió en 1919 con 700 muertos y 4.000 heridos en Buenos Aires o en 1921 con los fusilamientos de centenares de obreros en la Patagonia. Virtudes, paradojas y contradicciones trágicas, como en todo “ismo”.